Sé que ésta
carta nunca la enviaré, que jamás llegarás a leerla, aún así me he callado
tantas cosas desde el día que te conocí, que necesito decirlas, aunque sea sólo
a mí.
Cuando nos
conocimos me pareciste un chico sincero, simpático, cariñoso y muchas cosas
más. Me gustaba hablar contigo, me gustaba saber y sentir que formabas parte de
mi vida, que estabas ahí, que podía contar contigo. Realmente llegué a tenerte
mucho cariño, a esperar tus textos cada mañana al despertar, a sonreír
escuchando tu voz al otro lado del teléfono. Y un buen día sin darme cuenta
cambiaste. No lo entendía, busqué mil motivos, sin encontrarlos jamás. Y quizás
ahí debí darme cuenta que la persona que había conocido por casualidad no era
real, que la persona que ahora se mostraba distante, fría y sin sentimientos
era el verdadero tú. Aún así habías calado hondo y me empeñe en justificarte,
en creer ciegamente en ti. Y te fuiste, sin más. Sin decir adiós, sin una
explicación. Me sentí vacía, me sentí decepcionada, engañada, utilizada. Nunca
llegarás a saber cuánto lloré, ni como me sentí. Cuando el dolor empezaba a
pasar, apareciste de nuevo. Sin previo aviso, con explicaciones absurdas, con
excusas sin sentido. Y aunque tardé al final de nuevo me dejé enredar, y una
vez más quise creerte, quise perdonarte, quise olvidar el dolor. De nuevo
palabras bonitas, de nuevo promesas que nunca se cumplían. Pero eres tú, tú
eres así. Tú eres esa persona que acudía a mi cuando se sentía solo, cuando
necesitaba cariño, cuando necesitaba consuelo. Y que en cuanto tenía lo que
quería y se sentía un poco mejor se olvidaba de todo. Tú eres esa persona que
nunca se esfuerza en hacer que quien tiene cerca se encuentre bien, en
demostrarle que realmente es importante, tú eres esa persona que dice mil cosas
y luego nunca las hace, esa persona que sabía lo que decir para calmar mis
enfados, que prometía cosas que jamás cumplía, esa persona que cuando quiere
desaparece, que nunca pone de su parte, que jamás quiere escuchar lo que no le
gusta, que solo quiere a los demás cerca cuando están bien y contentos, y le
pueden transmitir esa alegría. Tú eres ese niño egoísta que solo piensa en sí
mismo, que cuando se relaciona con alguien solo quiere lo bueno, esa persona
que siempre falla en los momentos duros. Ese que siempre quiere tener lo que
desea y lo que necesita en cada momento pero que jamás se preocupa de lo que
necesitan los demás. Ese que dice siempre lo que quiere escuchar, pero jamás de
corazón. Y ya no te conozco. No sé si alguna vez te llegué a conocer, pero lo
que veo no me gusta. Me he cansado de estar ahí, de ser como un taxi de guardia
siempre para cuando tú me necesites. He estado ahí y nunca lo has valorado,
¿Por qué iba eso a cambiar? . Hoy sé que nunca cambiaría, hoy se que por fin he
visto a tu verdadero tú. Se me ha caído la venda de los ojos, por fin te he
visto sin tu mascara. Y tú dices que yo te hago daño, dices que yo soy cruel
cuando me enfado,. Sin contásemos las lágrimas que he vertido por tu culpa, no
acabaríamos nunca. No tienes criterio, y te enfadas, te enfadas porque sabes
que tengo razón, te enfadas porque la tonta ya no estará más para darte la mano
cuando lo necesites. Hoy me doy cuenta de que he perdido parte de mi vida, de
que he perdido momentos, horas… Hoy me doy cuenta de que el mismo día que te
conocí empecé a perder el tiempo, empecé a dar en balde. Espero que algún día
cambies, pero no por mí, porque si algo está claro es que nunca más voy a estar
ahí para ti, sino por ti mismo, porque te vas a sentir inmensamente sólo si no
aprendes que en las relaciones (de todo tipo, no solo de pareja) hay que dar
para recibir, hay que poner de ti parte, hay que esforzarse, hay que cuidar a
las personas. Cuando algo o alguien te hace sentir bien, hay que alimentarlo
para que nunca deje de hacerlo. Cuando tienes que aprender, tú qué crees estar
por encima de todos, tú que tantas veces te has quejado de que te han hecho
daño, tú que tantas veces has mostrado tu cara más tierna por interés, tú que
en realidad tienes el corazón tan duro. Te queda mucho camino por recorrer, y
muchos golpes por darte, porque a la gente hay que cuidarla, hay que tratarla
bien, y sobre todo hay que aprender a escuchar cuando te dicen algo, para saber
que es verdad y que cosas son las que uno debe corregir. Dejé de pedir, y tú
dejaste sin más de dar. Dejé de esperar, y tú te acomodaste a que fuera así. Y
hoy, sin más, de ti no espero nada, hoy te veo vacío, hoy te veo completamente
distinto. Hoy te miro, y sólo siento decepción. Hoy por primera vez no me duele
que no estés, que no vayas a estar nunca más, quizás porque me he dado cuenta
de que realmente nunca has estado. Y aunque sé que notaré tu ausencia algunas
veces, también se que no será a ti a quien extrañe, sino a aquel chico que
algún día conocí, el que me hacía sonreír, con el que resultaba sencillo
hablar, ese chico que desapareció ante mis ojos
sin yo poder hacer nada para remediarlo.
PD: Parezca
lo que parezca, no es una carta escrita con rencor, sino con decepción y con la
necesidad de sacar de dentro muchas cosas que he callado. Algunas sé que debo
aplicármelas también yo.
Buena suerte en tu camino.